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Educar desde la infancia el respeto por la fauna silvestre

En los campos, bosques y riberas de Chile, la vida silvestre aún persiste, aunque cada vez con mayor dificultad. Muchas especies pequeñas —algunas endémicas, otras en peligro— enfrentan amenazas que pasan desapercibidas. En las periferias de las ciudades o zonas rurales es común ver a niños y adolescentes cazando aves con hondas o rifles de aire comprimido, capturando renacuajos en las pozas o pescando sin límite en ríos y esteros. Lo que a menudo comienza como un juego puede significar una pérdida silenciosa, pero profunda, en el equilibrio natural.

No se trata de culpar, sino de invitar a mirar con otros ojos. De enseñar que la curiosidad también puede ser un camino hacia el respeto. Las aves nativas cumplen funciones esenciales: dispersan semillas, controlan insectos y plagas o polinizan. El jilguero, el tiuque, el zorzal y el tucúquere, entre tantas especies, acompañan nuestra vida cotidiana, pero muchas veces terminan abatidos sin razón. Una piedra o un postón no solo quita la vida a un ser vivo: rompe cadenas invisibles que sostienen la biodiversidad.

Lo mismo ocurre con los anfibios. Sapos y ranas —como el sapito cuatro ojos o la rana chilena— habitan charcos y esteros, donde cada verano se reproducen bajo amenaza. Su captura por entretenimiento infantil interrumpe ciclos delicados. Son indicadores de salud ambiental y parte clave de la red trófica. En lugar de atraparlos, podríamos enseñar a observarlos.

Tucúqueres con daño ocular en rehabilitación en Casa Noé Linares.

La pesca en los ríos también requiere una nueva mirada. Muchas especies nativas, únicas del territorio, sufren por prácticas abusivas o técnicas no sostenibles como la pesca con redes. Aprender a pescar con respeto, devolver lo que no se consume, y conocer y respetar las vedas, puede marcar la diferencia entre cuidar o agotar un ecosistema.

Educar desde la infancia es sembrar otra relación con la naturaleza. Cambiar la honda por una cámara, la captura por la contemplación. Mostrar que un bosque, una laguna o un río no son solo paisajes, sino hogares para vidas que merecen de nuestro respeto. Cuando los adultos enseñan a cuidar, los niños aprenden a proteger. Y en ese gesto, quizás, comienza una nueva forma de habitar el territorio y enfrentar de mejor manera los desafíos ambientales de este siglo.

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