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La Perdiz chilena

En los campos, quebradas y matorrales del Maule Sur, el canto grave de la perdiz chilena aún resuena al amanecer. Su silueta escurridiza entre espinos y pastizales forma parte de la memoria sonora del campo. Esta especie está presente desde Coquimbo hasta Los Lagos, habitando sectores rurales poco intervenidos donde encuentra alimento y refugio. Sin embargo, su presencia es cada vez más escasa.

La perdiz chilena es una especie nativa del cono sur de Sudamérica. Aunque no figura entre las especies oficialmente en peligro, su población ha disminuido de forma preocupante por la agricultura intensiva, los monocultivos o la urbanización rural. La fragmentación del hábitat, sumada a la presión de la caza deportiva, está afectando su capacidad de mantenerse como parte del ecosistema.

Muchos cazadores la buscan por costumbre o por deporte, incluso fuera de temporada. Esto afecta directamente a las poblaciones locales, ya que la especie tiene una baja tasa de reproducción. En temporadas secas, la situación se vuelve aún más crítica: con menos alimento y cobijo, las posibilidades de cría disminuyen drásticamente.

Donde antes había litres, espinos y vegetación nativa, hoy dominan cercos y cultivos mecanizados. Este cambio de uso de suelo ha empujado a la perdiz a sobrevivir en espacios marginales, como los bordes de caminos o pequeñas quebradas, donde queda más expuesta a depredadores y a la acción humana.

Proteger a la perdiz chilena no es solo un acto de conservación. Su presencia indica equilibrio ecológico. Se alimenta de insectos y dispersa semillas, colaborando en el control natural de plagas. Su canto anuncia que, a pesar de todo, el ecosistema aún sobrevive.

Cuidarla implica algo más profundo: cuidar nuestras raíces, nuestro territorio y biodiversidad que hace únicos a nuestros campos y si queremos seguir escuchándolo, es momento de actuar.

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