Durante su infancia y juventud en Linares, comenzó a conocer el canto campesino, las tonadas, las décimas y los bailes que más tarde llevaría a los escenarios, a los libros y a las aulas. Su sensibilidad se forjó en cocinas de adobe, en procesiones rurales, en velorios y en fiestas de campo, donde la música no era espectáculo, sino parte de la vida.